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jueves, 6 de junio de 2013

Medellín entre las ciudades con "mínimo riesgo" hacia los Juegos Olímpicos de la Juventud

Un día de agosto de 1913, Seve Zuazo puso el balón en juego (entonces no se llamaban estadios como tampoco los súper se llamaban híper). Un poquito después, unos minutos después de ese día de agosto con el rey Alfonso XIII mirando no se sabe qué, Pichichi, que era un ansioso, arreó un balón a la red. Era lo suyo, para eso estaba, para eso vivía, aunque vivió poco. Se trataba de coger el balón y ponerlo en la red, que luego, como los perfumes, fueron añadiendo aromas que hacían el fútbol más sutil, como lluvia de verano, o más intensos, como una reina del reality, o más asfixiante, como un pub de carretera.

Un día de junio de 2013, Ibai movió el balón para ponerlo en juego. El gol es lo que manda, es la traducción futbolística de la prima de riesgo. Si alguien no la da para adelante, el gol es imposible. Normalmente, lo primero que siente la vieja, la pelota, es una caricia. Luego se somete a los designios del destino. Y la caricia la dio Ibai Gómez, un honor que no pasa a la historia, salvo para los enfermos del fútbol y las sensaciones. Pero entre un balón y otro, entre el San Mamés que nacía y el que agonizaba viendo las excavadoras del futuro, estaban Iribar y Zamora, Di Stefano y Zarra, Panizo y toda la Argentina, Gainza y Ryan Giggs, Rojo y Amancio, Kubala y Uriarte y un etcétera tan largo como cien años sin ninguna soledad. Cien años de San Mamés resumidos en la presencia de los ex futbolistas y de un público variopinto que mezclaba pasado, presente y futuro con distintas intenciones y distintas sensaciones.

Pero el pasado tiene sus cadenas. Va del principio al fin. Y sorprendió que al principio, cuando un centenar de exjugadores del club rojiblanco desfilaron hasta el círculo entre los aplausos del público, más intensos cuanto más recientes eran, con Guerrero entre los preferentes, Urzaiz entre los festejados, Etxeberria entre los celebrados. Y entre medio Iribar, Rojo, el pichichi Carlos, o Koldo Aguirre, Maguregui, entre tantos otros, pero la memoria tiene las nubes lógicas de la edad. 

¿Y las mujeres? Si el pasado va de ayer hasta hace un rato, ¿dónde estaban las mujeres del Athletic, las anteriores y las presentes? ¿dónde la Catedral de la igualdad?, ¿dónde las hacedoras de los últimos títulos?, ¿dónde Nerea Onaindia, la primera mujer en marcar un gol en San Mamés? ¿Dónde Eli Ibarra, la última? ¿Quién es ex jugador?

Fuera del partido, que era secundario, estaba el morbo de ver a Beñat con la selección vizcaína, curiosamente poblada de futbolistas del Mirandés, a Mikel Rico, del Granada, inscritos en algunas agendas periodísticas apresuradas, de animar a Bielsa en un fondo para que se quede y pedir la dimisión de Urrutia, si no se queda. El presente sobre el espíritu del pasado, lo cotidiano por encima de lo trascendental, lo visceral por encima de lo sentimental. Curiosamente, los más vociferantes se ubicaban en la Tribuna Garay, uno de los futbolistas más elegantes de la historia rojiblanca. Así va cambiando el fútbol incluso en las catedrales laicas y presuntamente librepensadoras.
Y el partido seguía ahí abajo, en el viejo césped con el sabor que dejan los detalles, transcurriendo como la vida en una pequeña plaza llena de público en la fiesta mayor. Galas rojiblancas en los rojiblancos y azul Bermeo en los vizcaínos —la mayoría ex futbolistas del Athletic— dirigidos por Iñaki Sáez y Txetxu Rojo, dos aprendices.

Y el partido, ahí abajo seguía transitando por la amable monotonía de los cumpleaños, con la ola como entretenimiento colectivo, con los cambios como el tiempo de los aplausos mientras los operarios esperaban en las afueras para hacer su trabajo que comenzará mañana para hacer sitio al futuro. Un futuro que no comenzará con la próxima Liga, donde el Athletic tendrá que empezar jugando en Anoeta, seguramente porque el cumplimiento de las promesas, digo de los plazos, no ha sido una virtud en este país.

Y el partido seguía ahí abajo hasta que Alain Arroyo, un ex de Lezama ahora en en el Mirandés batió a Raúl y se fue a casa con el honor de haber marcado el último gol de San Mamés. Oficial o no, fue el último gol, como oficial o no, fue el primero que marcó Pichichi en 1913 ante el Racing de Irun como homenaje a la vieja como llamaba Di Stefano a la pelota, a la madre del fútbol, pero al fútbol se juega en un campo, en un estadio o en un potrero. Y entonces desfilaron en el equipo Orbaiz, Guerrero, Dani (que se lesionó), Andrinua e Iribar, siempre el Txopo, la sombra alargada de San Mamés, el cobijo del Athletic, el guardián de la cueva. El irrepetible. Y San Mamés se despidió a si mismo con el “Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo”. Porque para jugar al fútbol, siempre hace falta un campo, dos equipos y un ídolo. Y San Mamés siempre fue “el campo”, la madre de ninguna batalla, la abuela de un juego. Por estos pocos cien años, gracias viejo y gracias viejos.

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