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jueves, 22 de julio de 2010

CICLISMO | TOUR DE FRANCIA Andy rinde sus armas en el Tourmalet Contador no le disputa al luxemburgués la victoria en la etapa de más prestigio y tras una hermosa pelea conserva los 8s

Dicen que los corredores se sienten tan diferentes al resto de la humanidad que todas las noches al acostarse le dan las gracias a Dios por poder ser ciclistas. Sin embargo, seguramente algunos habrían deseado no ser ciclistas la pasada medianoche, la víspera del Tourmalet, aquellos que se despertaran sobresaltados por el fogonazo del relámpago primero, por el tronar de los truenos después, finalmente, por la violencia de la lluvia azotando sus ventanas, una tormenta pirenaica en su expresión más plena. Yo, panadero, calentito, u oficinista o mecánico, o cualquier cosa. Fue, de todas maneras, una traición pasajera a su orgullo. Para comprenderlo, bastaba con verlos, hermosos y altivos, entre miles y miles de aficionados que desafiaban el temporal en las cunetas, bajo la lluvia, entre la niebla que les escondía el paisaje sobrecogedor, por desfiladeros, valles, montañas excesivas, peleando por la carretera con rebaños de ovejas despistadas entre la bruma.
Un sueño de todo niño pequeño: ganar el Tour y ganarlo en el Tourmalet. Contador y Schleck lo tenían al final de la pendiente, a sólo 10 kilómetros de la punta de sus dedos.
Salvo un mínimo momento, 200, 300 metros, a mitad de recorrido, en los que el Contador habitual, para responder a una invitación del luxemburgués, se puso a bailar sobre los pedales, los grandes grupos musculares en perpendicular casi perfecta, y trató de dejar atrás a su amigo, fue Andy Schleck el que marcó el ritmo con aceleraciones imperceptibles como tratando de tensar hasta el punto de ruptura inevitable la cuerda invisible que lo unía a su seguidor. De vez en cuando, para comprobar los efectos de sus aceleraciones en un crescendo cada vez menos creciente pues sólo hasta ahí podía llegar, Andy se volvía a mirarle a los ojos, directamente -la niebla, el empañado obligatorio hacían imposibles las gafas y eso fue bueno, pues no se podían engañar con la mirada-, y seguía adelante. Así hasta la curva final.
Tras la curva, la meta, en la que Miguel Indurain, que nunca ganó de amarillo una etapa de montaña, aplaudió cuando, siguiendo las enseñanzas de todas las escuelas de ciclismo, Contador, que no le dio ni un relevo en toda la subida, decidió no darle tampoco el último, no disputarle la victoria de etapa a su amigo duelista Andy Schleck. Le bastaba con saber que mantiene el maillot amarillo y 8s de ventaja, que si no le aseguran el tercer Tour al menos le conceden el privilegio de salir el último en la contrarreloj del sábado.


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