Considerados huéspedes indeseables, marginados por sus orígenes y apartados de la sociedad.
Esa es la realidad con la que conviven los ‘Yugos’, inmigrantes de los Balcanes que se refugiaron en Suiza después de que explotara la guerra en la antigua Yugoslavia. 370.000 inmigrantes de origen balcánico están asentados en Suiza, formando la comunidad más numerosa extranjera del país, pero también la que tiene las estadísticas más altas de criminalidad. Tener un apellido con sonoridad balcánica te convierte en sospechoso de prácticas mafiosas, tráfico de drogas o conducta violenta. Tanto es así que muchos han optado por cambiar de nombre para aumentar sus oportunidades de encontrar trabajo o alquilar un piso.
A la sociedad suiza se le ha atragantado la integración de los inmigrantes procedentes de la antigua Yugoslavia. El fútbol, sin embargo, la ha recibido con los brazos abiertos. Huérfanos de una selección competitiva y de futbolistas de primer nivel desde que la generación de los Sforza, Chapuisat y compañía colgó las botas, el fútbol helvético ha descubierto una oportunidad de reconstrucción a partir de la numerosa inmigración balcánica que reposa en el país. La selección suiza que este sábado (20.45 horas) disputará la final del Europeo Sub’21 contra España en Dinamarca es la prueba de esta integración futbolística de la comunidad balcánica.
El epicentro del movimiento integrador fue Lausana. Allí se encuentra el Centro de Alto Rendimiento desde el que se inició la búsqueda y reclutamiento de talentos balcánicos. Así comenzó a gestarse la generación de futbolistas en los que se confía el reto de llevar a Suiza al Mundial de Brasil 2014 y, sobre todo, se espera que alcance su madurez futbolística a tiempo para completar un papel notable en el Mundial de Rusia en 2018. Los primeros pasos han sido positivos. Suiza se proclamó campeona del mundo Sub’17 en Nigeria y este sábado aspira a ser campeona de Europa Sub’21.
La mezcolanza que se incubó en el Centro de Alto Rendimiento de Lausana ha provocado una transformación positiva del fútbol helvético, que camina hacia una versión más competitiva y de mayor calidad técnica, como se ha podido descubrir durante el torneo que se está disputando durante el mes de junio en Dinamarca. Esa selección, entrenada por Pierluigi Tami, cuenta con nueve jugadores de origen foráneo, y siete de ellos procedente de familias que se refugiaron en Suiza escapando de la guerra de los Balcanes.
El abanderado de esta generación suizo-balcánica es Xherdan Shaqiri. De origen albanokosovar, emigró junto a su familia a Basilea huyendo de las bombas antes de cumplir los ocho años y ahora es uno de los proyectos más prometedores del fútbol suizo. Otra pieza clave en los planes de Tami es el albanomacedonio Admir Mehmedi, quien fue más precoz que su compañero de selección y se escondió en Zurich a los cuatro años. Los también albanomacedonios Patjim Kasami y Amir Abrashi, el albanokosovar Granit Xhaka, y los suizos con origen croata Daniel Pavlovic y Mario Gavranovic forman la comunidad ‘Yugo’ de la selección suiza. La nómina internacional de los Nati la completan el nigeriano Innocent Emeghara y el delantero de origen tunecino Nassim Ben Khalifa.
El fútbol ha conseguido algo que la sociedad no pudo por sí sola. La integración de la comunidad balcánica en Suiza se ha agilizado gracias a la generación de talentos fabricada en el Centro de Alto Rendimiento de Lausana. Si el éxito sonríe a los Shaqiri, Mehmedi y la mestiza selección helvética que lideran, tal vez consigan que el termino ‘Yugo’ pierda sus connotaciones peyorativas para observarse de un prisma positivo. El odio suizo a los ‘Yugo’ está cerca de convertirse en amor. Y todo gracias al fútbol.