“Hace 20 años se fue pero para nosotros sigue vivo en el recuerdo”, enfatiza.
Su rostro le es muy familiar. Habla de él con sabiduría, como si fuera tan cercano. Sabe que era el defensa central de la Selección Colombia y que su técnica fue tan admirable como su calidad humana.
Lo ve en los trapos y en las banderas que ondean en el Atanasio Girardot, cada tarde, cada noche sin importar contra quién juegue el equipo de sus amores.
Es su ídolo. Uno diferente a los demás, que no ve en los periódicos, ni en los noticieros y al que no puede ir a saludar en un entrenamiento o buscar sus autógrafos en un aeropuerto.
A sus nueve años, Samuel Correa lamenta que Andrés Escobar Saldarriaga no esté, que esté muerto. No entiende tampoco las razones de su asesinato. Está en el suroccidente de Medellín. Frunce el ceño y con ingenuidad se toma la cabeza para lamentar un atroz crimen del que este miércoles se cumplen 20 años.
En otro lado de la ciudad, en el noroccidente, Felipe Muñoz exhibe con orgullo el tatuaje que se hizo en su brazo derecho. Luce una camiseta en la que dice: Andrés Inmortal. No te olvidaremos.
Su fervor por ‘el 2’ lo llevó, no solo sellarlo en su piel, sino a conservar una colección de camisetas del futbolista. Hoy promueve su legado en los aficionados de la barra ‘Los del Sur’.
“En medio de tanta indiferencia, él fue una persona ejemplar y un gran deportista”, anota, en tanto revive que de pequeño, alguna vez, se cruzó con él en un hotel de Medellín. “Años después conocí a mis ídolos de niño, pero a Andrés no pude estrecharle mi mano”, lamenta.
El recuerdo del Caballero del Fútbol, como es conocido Andrés Escobar, está en imágenes a lo largo y ancho de Medellín.
La comuna 13, la carrera 70, la comuna Nororiental y Buenos Aires, son algunos de los sectores donde hay murales con el rostro del deportista. La Unidad deportiva de Belén, lleva su nombre y a la entrada a ese lugar reposa un busto en su honor.
Santiago Escobar no deja de emocionarse con ver el rostro de su hermano en cada rincón de la ciudad.
“Como familia nos queda la satisfacción de que los jóvenes tienen en su pecho la imagen de él, que llevan las camisetas con que jugó y que los niños que no lo conocieron, ahora saben de Andrés porque sus abuelos les han hablado sobre quién fue”, expresa Santiago.
Lo que no debió suceder
Aquel 2 de julio de 1994, Eduardo Rojo aceptó salir con sus dos mejores amigos para tratar de olvidar el sabor amargo de la eliminación temprana del Mundial de Fútbol de Estados Unidos.
Recuerda que Andrés había estado muy acongojado y que junto a Juan Jairo Galeano, su compañero en el Atlético Nacional, buscaron sacarlo de ese tedio y salieron a un restaurante bar en el sector Las Palmas, del suroriente de la capital paisa.
“Tal vez ese fue mi error. Ese día estábamos juntos desde las 5:00 p.m. Llegó aburrido, muy triste, pero se fue entusiasmando con el apoyo nuestro. Yo estaba con mi esposa y decidí irme antes. Luego supe que lo increparon por lo del autogol y que irracionalmente le dispararon”, recuerda, con nostalgia.
Rojo, al igual que Galeano quisieran regresar el tiempo. Lamentan no haberse quedado con Andrés hasta el final de la noche.
“Siempre salíamos en un solo carro. Esa vez llevamos cada uno el vehículo. Yo salí con él del bar. Nos despedimos y fui al otro lado del parqueadero. Si me hubiera quedado quizá hubiera sucedido otra cosa”, describe, con voz entrecortada.
Las causas del asesinato ejecutado por el conductor de dos comerciantes es un tema al que familiares y amigos han querido dar vuelta.
Se dice que por el crimen Humberto Muñoz Castro, pagó cerca de 10 años de cárcel. “Andrés, sin importar su condición, respetaba a todos por igual, pero a él no le respetaron su vida”, concluye Santiago.