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viernes, 26 de junio de 2009

ONCE GANO, PERO EL TIBURON EN CASA ES FUERTE: FINAL COPA MUSTANG FUTBOL PROFESIONAL COLOMBIANO


La serie final del fútbol colombiano está abierta, pues son 180 minutos los que decidirán al campeón. Ustedes me dirán, pero ganó el Once. Sí, ganó, pero acordémonos que falta el partido en Barranquilla, escenario donde alguno de los dos alzará el trofeo que decreta al mejor de Colombia.



Y es que el gol de Giovanni Hernández a los 73 minutos del segundo tiempo les dio aire a los ‘tiburones’, que perdiendo dos a cero nadaban por aguas revueltas y con muchas carnadas.
En el primer tiempo hubo dos jugadas muy polémicas: la primera entre Héctor Landázuri, arquero del Once caldas y Teófilo, delantero del Junior. El atacante fabricó un contacto dentro del área rival con mucha maña y viveza que el árbitro del partido no compró, y con razón. Y la segunda, para mí un penal grosero, fue cuando el delantero argentino Ariel Carreño ganó un balón en el área grande y fue derribado bruscamente por John Valencia, defensa del Once. El juez central aplicó el ‘siga siga’ como quien ve un choque fortuito y sin intención, todo lo contrario de lo que pasó.




“La pelota no dobla”, dijo alguna vez el técnico argentino Daniel Pasarella después de jugar en la altura de Quito. Apenas vi el gol de Nondier Romero, me acordé de aquella frase, todo un mito futbolero en Argentina. Este misil de Romero, un valluno con una personalidad tremenda que se atrevió a romper los moldes establecidos con un remate de media distancia a los 26 minutos del primer tiempo, abrió el partido, un duelo cerrado, luchado y sucio (por el estado de la cancha).
El fútbol, un juego colectivo está sujeto al poder individual, como el de Nondier, pero también, a las sociedades que se generan entre futbolistas inteligentes. Y la principal sociedad del Junior integrada por Giovanni Hernández, Ricardo Ciciliano y Teófilo Gutiérrez, no pudo concretarse ni capitalizarse en peligro latente; predominó más las ganas y la intención que la eficiencia.
En el segundo tiempo el peruano Johan Fano terminó de liquidar el partido (momentáneamente, aunque ya se haya acabado el partido), pero lo curioso es que fue un gol ilícito ya que empujó la pelota a la red en posición adelantada tras un pase de Viáfara, acaso su mejor aparición en los noventa minutos.




Sin embargo, al Junior no lo vi como en las finales del torneo, un equipo contundente, sólido, con sus individualidades conectadas y agresivas. El Once se sobrepuso por su sentido colectivo, más aplomado y preciso que el de su rival. Y esto fue lo que dijo el ex técnico Luis Fernando Montoya antes del partido, “el Once Caldas tiene más juego en conjunto”, cosa que terminó siendo el factor determinante para que el local inclinara la balanza a su favor.
Tanto el Junior como el Once Caldas son dos equipos con una identidad definida, impuesta y trabajada por dos históricos: Julio Comesaña y Javier Álvarez. Por algo llegaron a disputar la estrella del mejor. Pero es que a veces en el campo se diluyen las formas de juego que tiene un equipo, su filosofía, porque en esto del fútbol los misterios mandan. Lo planeado queda echo trisas por la fuerza de la espontaneidad y la intuición, y Romero, con su gol, le rindió un homenaje a estos conceptos.




Igual, todavía faltan noventa minutos. El junior va a salir a matar o morir (lo digo en sentido figurado, ojo), quiere revertir la cosa y no dejar que celebren en su cancha, y la mentalidad de Comesaña hará que se deje todo por esa causa. En cambio, el Caldas saldrá a cuidar el resultado e intentar definirlo para irse directo al sastre a que le borden encima de su escudo la tercera estrella en su historia.



Veremos qué pasa el domingo…
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